Por Melissa Betancour
Rosalee Watson de Pomare se sienta cada día en la terraza de su casa en el archipiélago de San Andrés. Rodeada de fibras y con la misma convicción con la que aprendió a hacer su primer nudo hace treinta y dos años, toma su tejido con fuerza para dar forma a un canasto. Los turistas pasan con frecuencia frente a su casa, se detienen, la observan admirados y conversan con ella. Todos, con curiosidad, le hacen una pregunta en común: ¿cómo empezó a tejer?
Contrario a lo que se podría pensar, entre Rosalee Watson y la tejeduría, el amor no fue a primera vista. Al igual que los canastos galardonados que conserva en su casa, nació con paciencia y dedicación. Y como toda gran historia de amor, esta también contó con una celestina. Myrtha Jay, amiga de Rosalee, fue quien la animó a asistir a una clase que impartía Artesanías de Colombia en San Andrés en 1992.
“Al inicio, no me llamó mucho la atención la tejeduría”, comenta Watson, pero la insistencia de su amiga y la determinación que siempre la ha caracterizado la llevaron a seguir con el curso. No pasó mucho tiempo antes de que amaestrara la técnica del tejido en rollo; su mayor incentivo, cuenta, fue lograr realizar ese nudo que tanta resistencia le puso al inicio: la punta de un cuadrado. “Le daba y le daba, pero no podía. Un día le dije «tú no vas a poder conmigo»”, menciona con orgullo. No ha parado de tejer desde aquel día.
Ese mismo año, la llegada de Gioconda Cajiao, mentora y formadora de Artesanías de Colombia, a la isla marcó de forma definitiva a la relación de Rosalee con la tejeduría. De la mano de Artesanías de Colombia, Cajiao instruyó a Watson en la técnica que hoy en día sigue utilizando: el tejido con wild pine y grass bone, dos fibras naturales nativas de la isla.
Foto: Cortesía | Los tejidos de Rosalee Watson son elaborados con wild pine y grass bone, dos fibras locales naturales.
Una fibra raizal
Cada uno de los tejidos de Rosalee cuenta parte de la historia biocultural de San Andrés al unir la diversidad natural de la isla con la actividad artesanal que desarrollan las tejedoras. Realiza cada uno de ellos usando ambas fibras, que usados en conjunto componen el espíritu y el cuerpo de sus artesanías. La parte externa de sus tejidos es realizada con wild pine, una especie silvestre que cuenta con una fibra vegetal perteneciente a la familia de las bromeliáceas. Su aspecto es frondoso, sus hojas son largas, fuertes y caen como helechos a cada lado de la planta. Cada hoja cuenta con una fila de espinas que recubre el centro de cada lámina. El hilo se obtiene cortando las hojas cerca al punto de nacimiento de la planta y limpiándola para obtener su penca.
Rosalee recoge el wild pine a mano en el patio de uno de sus vecinos. A pesar de que el proceso de recolección de la planta varía de una tejedora a otra, todas comparten el arduo trabajo detrás de la preparación de la fibra . “Es un trabajo duro. Al recogerlo, las manos me arden por horas", menciona la ganadora de la convocatoria de Trayectorias del Ministerio de las Culturas. Después de limpiar sus espinas, marca con una aguja el tamaño del hilo que necesita, lo raja, lo coloca a secar bajo el sol y lo enrolla. El resultado es un hilo grueso y resistente.
El interior está compuesto por una fibra distinta. El grass bone, nativo de los pantanos, es el alma del tejido. Recubre la parte interna de cada obra y Rosalee afirma que de esta fibra depende la estructura y la calidad de la pieza. La parte que se hila se sitúa en el corazón de la planta. Sus juncos centrales se arrancan a mano y su madurez se determina por su longitud. Mientras más larga y fácil de arrancar sea la caña, mejor será para tejer.
Es difícil conseguir un proveedor de grass bone, en gran parte debido a la baja demanda de juncos. Rosalee obtiene las varitas gracias a un proveedor que conoció por parte de una amiga. Una vez recogidas las varitas de grass bone, Rosalee macera la fibra en una carrera contra el tiempo porque, pasadas 24 horas, el junco se seca y pierde la humedad necesaria para tejer.
El ecosistema cultural alrededor de la tejeduría
El grass bone y el wild pine ofrecieron desde un inicio una alternativa sostenible para las tejedoras que, gracias a su utilización, han podido conjugar su oficio con un método sostenible con la biodiversidad. Sin embargo, a pesar de que la técnica se ha ampliado en el archipiélago desde los años noventa, sigue siendo complicado acceder a tintes. Si bien las fibras se obtienen localmente gracias a la abundancia de las plantas a lo largo de San Andrés, “los tintes me da problemas conseguirlos", comenta Watson.
Existen dos formas posibles de tinturar el wild pine. En la primera, la fibra, que de forma natural tiene tonos ocres, atraviesa un proceso de lavado antes de ser colorada con tintes sintéticos. Dichos tintes no son fáciles de conseguir en la isla, deben ser enviados desde la parte continental de Colombia. El segundo método de tintura, mucho menos común, se basa en el uso de especies tintóreas de San Andrés. Los tallos de la uva playera, la corteza del caimito y las hojas del yarumo hacen parte de las diversas especies que se utilizan como insumo.
La construcción de tejido cultural por medio del wild pine y el grass bone
El oficio artesanal alrededor del wild pine y el grass bone es relativamente reciente, pero, a través de las manos de tejedoras como Rosalee, ha cobrado un significado especial en la cultura del archipiélago. Watson, por su parte, ha adoptado un rol como agente cultural mediante la enseñanza a nuevas generaciones de tejedoras: “Ahora mismo tengo quince estudiantes en la Casa de la Cultura, una niña entre ellas", afirma.
Durante su trayectoria, Rosalee ha capacitado a madres cabeza de familia y ha participado en procesos de formación artística con distintas instituciones. Su recorrido pedagógico la ha llevado a ser instructora del SENA y a impartir clases en la Casa Cultural de San Andrés. “Yo soy insistente. Lo que hago, lo realizo contra viento y marea. Me alegra que no muera la tradición. Si alguien quiere aprender, le digo que con mucho gusto yo le enseño". La labor pedagógica de Rosalee ha contribuido al desarrollo de la economía local artesanal, brindando a diversas familias una fuente adicional de ingreso proveniente de la tejeduría.
“El tejido me ha traído muchas cosas", comenta mientras sostiene en sus manos el canasto que ganó el primer lugar en un concurso artesanal de Medellín. Al final del día, la pasión de Rosalee es correspondida por un arte que está transformando el entramado cultural del archipiélago. “Tejer es mi pasión, se transformó en mi vicio", concluye. Al igual que el grass bone en sus obras, la labor se convirtió en parte esencial de su proceso como tejedora de cultura.